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Antecesores del IPod y el IPhone

Entonces, el más joven de la casa llama a gritos a la más vieja: «Máaa, que al teléfonooo». La más vieja, palabra ésta que no es peyorativa sino descriptiva del tiempo, se debe acercar al auricular si desea saber quién es. Una vez, teléfono en mano, la doña habrá de quedarse sentada en la silla que fue diseñada para tal fin, pues el teléfono es lo que llaman verdaderamente «fijo», ya que está empotrado en la pared y de allí no se moverá a menos que haya trasteo, no de voton, sí de chécheres.

La llamada se desarrolla sin más detalle, que estos no interesan a los lectores del blog. Colgado el auricular, verbo que se quedó para referirse a la terminación de la llamada, ahora el que suena al fondo es el tocadiscos portátil, cuya memoria no es digital ni le caben canciones en el equipo, ya que las canciones están grabadas en los zurcos de acetato del disco de «larga duración», chiste éste último, ya que los jóvenes de la era digital saben que la larga duración de hoy en día se mide en Gigas y Teras de información, que corresponde a horas y horas de música en sus pequeños ordenadores.

En fin. Para cada uno será problemático acceder a la tecnología del otro: a los de hoy, les dará dificultad entender el placer de la tecnología de ayer. A los de ayer, se les dificultará navegar por la intuitiva sencillez de la tecnología de hoy. Unos y otros, se necesitan. El ímpetud del joven con la consciencia y sabiduría del adulto y del viejo.

Teléfono de Alberto Mejía y tocadiscos en Angelópolis.